Poesía Venezolana


 
 
Derrota (Rafael Cadenas)

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme
                                                                                                   es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo
que creí que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces
                                                                   más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo
                                                         ("Ud. es muy quedado, avíspese despierte")
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada a cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas esas cosas y por otras
                                                           cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas
                                               haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme,
                                               barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación,
                                               mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente
                                               me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros
                                               y de mí hasta el día del juicio final.


 


Yo pertenecía a un pueblo (Rafael Cadenas)

 

Yo pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor. Pero mi raza era de distinto linaje. Escrito está y lo saben -o lo suponen- quienes se ocupan en leer signos no expresamente manifestados que su austeridad tenía carácter proverbial. Era dable advertirla, hurgando un poco la historia de los derrumbes humanos, en los portones de sus casas, en sus trajes, en sus vocablos. De ella me viene el gusto por las alcobas sombrías, las puertas a medio cerrar, los muebles primorosamente labrados, los sótanos guarnecidos, las cuevas fatigantes, los naipes donde el rostro de un rey como en exilio se fastidia.


   Mis antepasados no habían danzado jamás a la luz de la luna, eran incapaces de leer las señales de las aves en el cielo como oscuros mandamientos de exterminio, desconocían el valor de los eximios fastos terrenales, eran inermes ante las maldiciones e ineptos para comprender las magnas ceremonias que las crónicas de mi pueblo registran con minucia, en rudo pero vigoroso estilo.

   ¡Ah! Yo descendía de bárbaros que habían robado de naciones adyacentes cierto pulimento de modos, pero mi suerte estaba decidida por sacerdotes semisalvajes que pronosticaban, ataviados de túnicas bermejas, desde unas rocas asombradas por gigantes palmeras.


   Pero ellos -mis antepasados- si estaban aherrojados por rigideces inmemoriales en punto a espíritu, eran elásticos, raudos y seguros de cuerpo.

   Yo no heredé sus virtudes.


   Soy desmañado, camino lentamente y balanceándome por los hombros y adelantando, no torpe, mas sí con moroso movimiento un pie, después otro; la silenciosa locura me guarda de la molicie manteniéndome alerta como el soldado fiel a quien encomiendan la custodia de su destacamento, y como un matiz, sobrevivo en la indecisión.

   Sin embargo, creía estar signado para altas empresas que con el tiempo me derribarían.


 

Ars poética (Rafael Cadenas)

Que cada palabra lleve lo que dice.

Que sea como el temblor que la sostiene.

Que se mantenga como un latido.

No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni

añadir brillos a lo que es

Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.

Seamos reales.

Quiero exactitudes aterradoras.

Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis

palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.

Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame

la impostura, restriégame la estafa. Te lo agradeceré, en serio.

Enloquezco por corresponderme.

Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.


 


Dura menos un hombre que una vela... (Eugenio Montejo)

Dura menos un hombre que una vela
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra,
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos un pájaro,
que un pez fuera del agua,
casi no tiene tiempo de nacer,
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento,
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.

 

Mural escrito por el viento (Eugenio Montejo)

Adora a tu ciudad, pero no mucho tiempo,
olvida el tacto de sus piedras,
sé gentil a tu paso y prosigue de largo,
no proyectes quedarte entre sus muros,
hasta fundirte en su paisaje.
Una ciudad no es fiel a un río ni a un árbol,
mucho menos a un hombre.

Quien amó una ciudad solamente en la tierra,
casa por casa, bajo soles o lluvias
y fue por años tatuándola en sus ojos,
sabe cómo engañan de pronto sus colinas,
cómo se tornan crueles esas tardes doradas
que tanto nos seducen.

Las ciudades se prometen al que llega
pero no aman a nadie.
Cuando se ven por la ventana de un avión
todas atraen
con sus cumbres azules
y largos bulevares rumorosos,
pero al tiempo son sombras amargas.
Sus edificios nos vuelven solitarios,
Sus cementerios están llenos de suicidas
que no dejaron ni una carta.
Por eso el río pasa y no vuelve,
por eso el árbol que crece a sus orillas
elige siempre la madera más leve
y termina de barco.


 

La tierra giró para acercarnos (Eugenio Montejo)

La tierra giró para acercarnos,

giró sobre sí misma y en nosotros,

hasta juntarnos por fin en este sueño,

como fue escrito en el Simposio.

Pasaron noches, nieves y solsticios;

pasó el tiempo en minutos y milenios.

Una carreta que iba para Nínive

llegó a Nebraska.

Un gallo cantó lejos del mundo,

en la previda a menos mil de nuestros padres.

La tierra giró musicalmente

llevándonos a bordo;

no cesó de girar un solo instante,

como si tanto amor, tanto milagro

sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito

entre las partituras del Simposio.
 

Al arrancarme de raíz a la nada... (Juan Sánchez Peláez)

Al arrancarme de raíz a la nada
Mi madre vio, ¿qué?, no me acuerdo.
Yo salía del frío, de lo incomunicable.

Una mañana descubrí mi sexo, mis costados quemantes,
          mis ráfagas de imposible primavera.

A la sombra del árbol
          de mi gran nostalgia ya comenzarían a devorarme,
          ya comenzarían.

Sabedlo tú, Ondina ondulante del mar y alga efímera
          de la tierra.
Un hombre alto fue al cementerio
Espantó a un perro que ladraba
Su camisa de fuerza lo estrangulaba
Cayó estrangulado.

Y yo he revelado su destino a todos mis amigos
A los que conozco sin saludar, a los que saludo
          sin conocer.

Yo di muerte al estrangulado
A pesar de sus signos de indeleble fatiga.

Yo frisaba cinco años de vida
¿Me engendró una cigarra en el verano?

          Era un día maldito.
          Mi madre no logró reconocerme.

 

Poema XVIII (Juan Sánchez Peláez)

Mi animal de costumbre me observa y me vigila.
Mueve su larga cola. Viene hasta mí
A una hora imprecisa.

Me devora todos los días, a cada segundo.

Cuando voy a la oficina, me pregunta:
"¿Por qué trabajas
Justamente
Aquí?"

Y yo le respondo, muy bajo, casi al oído:
Por nada, por nada.
Y como soy supersticioso, toco madera
De repente,
Para que desaparezca.

Estoy ilógicamente desamparado:
De las rodillas para arriba
A lo largo de esta primavera que se inicia
Mi animal de costumbre me roba el sol
Y la claridad fugaz de los transeúntes.

Yo nunca he sido fiel a la luna ni a la lluvia ni a los
guijarros de la playa.

Mi animal de costumbre me toma por las muñecas,
me seca las lágrimas.

A una hora imprecisa
Baja del cielo.

A una hora imprecisa
Sorbe el humo de mi pobre sopa.

A una hora imprecisa
En que expío mi sed
Pasa con jarras de vino.

A una hora imprecisa
Me matará, recogerá mis huesos
Y ya mis huesos metidos en un gran saco, hará de mí
Un pequeño barco,
Una diminuta burbuja sobre la playa.

Entonces sí
Seré fiel
A la luna
La lluvia
El sol
Y los guijarros de la playa.

Entonces,
Persistirá un extraño rumor
En torno al árbol y la víctima;

Persistirá…

Barriendo para siempre
Las rosas,
Las hojas dúctiles
Y el viento.


 

Tatuaje de Polvo (Adelfa Geovanny)

si en estos instantes desapareciera todo lo que da luz
si un mar se separara de otro
si el aire ya no se sintiera
si a la tierra le diera por encorvarse
si un erizo de mar respirara en la tierra
si un águila encontrara su vuelo donde viven caracoles
si los caracoles vivieran en las hojas de los mangos
si las de las matas vinieran del cielo
si pasáramos de un sueño a otro sin saber que es un sueño
si las nubes sirvieran de abono a las flores
si el hombre no fuera hombre
y si parieran los hijos por el pelo
si arboles de deseo nacieran en los patios
junto a las iguanas
si algún día escucháramos que los gallos no cantan lo mismo
si comiésemos flores y dejáramos volar los pájaros
si algún día después de este silencio
nos quisiéramos.


Cortos (Cósimo Mandrilo)

El que sueña y el que habla no es el mismo
El que sueña desbroza de malezas y malicia
El cuerpo nuevo de su mujer
Se dice:
Esta mujer es mi alimento
Mi plegaria de la tarde
Mi taza pintada de azufre y carbón
Ella, entre tanto, cuece su alma
En esa pócima de amor
Que guarda
En la magia terrible de sus piernas

 

Pienso en ti
Como náufrago que mira el mar
Desde la franja de arena
Que le sirve de refugio y cárcel
Y es un mar de tal modo suyo
Que no puede sentir sino que se le escapa
Que su mirada en la orilla
Contiene y aleja
El horizonte en el que se mira
Y se ve a sí mismo
Como un hombre que parado en la orilla
Contempla un mar
Cada vez más inmenso
Más extraño
Y más suyo

  

Son iguales el despertar y el harakiri
En ambos una inapropiada daga
Perfora intestinos y alma
La carne se retuerce como si fuera sábado
Y una sombra se descuelga de la cama
Donde se paseó el amor la noche entera

 
 

Habrá que despedirse
Tomarse del silencio
E irse lento a casa
Buscar estrategias para el olvido
Lavar platos anula el pensamiento
Amarrarse al televisor como tigre herido
Para detener hemorragias
Tiempo para el repaso
Recorrer el cuerpo ausente
Con precisión de bisturí
Recrear el sabor de salivas y sudores
La textura buena de piel y lengua


 

Historia de Job (Gonzalo Fragui)

Job de niño vivía feliz en su comarca de Hus

Tenía todo lo que se puede pedir,

un río, un guayabo,

una mata de chirimoyas,

otras tantas de tártago

y ninguna responsabilidad.

Job no tenía preocupaciones.

Jugaba con carritos hechos con latas de sardinas

que tenían por ruedas las gomas rojas de la penicilina.

 

Un día encontráronse Dios y Satanás

en el bar del cielo,

según la versión de Leszek Kolakowski,

que parece ser la más confiable.

Dios paladeaba un agua mineral

y Satanás un coñac.

Fue Satanás el primero en hablar:

-En la tierra todo anda bien.

Eso dijo mientras hojeaba el periódico

y leía sobre recientes explosiones nucleares.

Dios entendió el tono y preguntó:

-¿Acaso has visto a Job?

-Sí, sí le he visto,

pero Job no te ama

apenas te teme

ponlo a prueba y verás- díjole Satanás.

Dios no tenía necesidad

pero aceptó la propuesta para defender su propio honor.

 

Dios decidió poner a prueba al paciente Job.

Enviólo a la ciudad

sin familia, sin amigos, sin fortuna.

Job, que había nacido con salud escasa,

temía a la oscuridad,

a los espacios cerrados

y a los ojos negros.

En todo esto no pecó Job,

ni enloqueció contra Dios.

En silencio pensó:

-¿Para qué dar la vida a un hombre

que no encontrará su camino?

 

Las clases y los exámenes

fueron minando la ya precaria salud del joven Job.

Los médicos diagnosticaron nervios.

Durante años vivió Job entre fármacos.

Él, que hubiera querido fumarse la vida

como el guerrillero fuma su cigarro

después de la lluvia en la alta noche.

Luego vinieron las prohibiciones.

Job asentía sin levantar los ojos.

Al fin Job habló en voz baja

tratando de no ser oído

pero Dios tenía puesta su oreja en el hueco de ozono

y escuchó perfectamente.

-Hay días que no sé qué hacer

con los remolinos de la conciencia, eso dijo Job.

 

Dios, mientras tanto, celebraba su triunfo.

Pero Satanás exigía más pruebas y Dios cedía.

Dios hizo que los nervios afectaran entonces

el estómago y los pulmones de Job.

Job no chistaba

pacientemente cobraba su salario

y lo gastaba en medicinas.

Se sometió a intensos tratamientos depurativos

de alcachofa

asistió a sesiones de yoga,

relajación,

pero la culpa seguía allí

royendo sus tobillos

como Ugolino mordía la nuca de sus hijos.

Job tomó la palabra y dijo:

-Si fuera posible pesar mi aflicción

pesaría más que la arena de los mares.

 

Vinieron entonces tres amigos a verle

y sentáronse alrededor de Job.

Permanecieron así siete noches y siete días.

Y ninguno de ellos se atrevía a decir una palabra

porque veían que su dolor era muy grande.

Al fin uno de ellos dijo:

-Deberías alimentarte sólo con vegetales.

El otro dijo:

-Las enfermedades provienen de nuestros miedos.

Finalmente el tercero habló:

-El dolor, como el fuego, purifica.

Job sonrió ante tales argumentos.

 

Satanás no cejaba en su empeño

y propuso a Job:

-Rebélate contra la aspirina, maldícela,

de lo contrario morirás.

-No temo a la muerte,

temo al dolor, replicó Job.

 

Los males de Job aumentaban.

Ahora le fueron afectados también otros órganos.

Job dijo entonces en voz perfectamente audible:

-Deberíamos marcharnos de otro modo

como pájaros incendiándose en su propio vuelo.

Dios revisó en su computadora

las múltiples interpretaciones que podían tener estos versos

y consideró que no era grave.

 

Job resistía.

Golpeado por el mal dormir

se levantaba, tomaba sus vitaminas

y el desayuno.

A media mañana

tomaba sus medicamentos de los nervios.

 

Después del almuerzo tomaba un digestivo

y a media tarde el antiácido.

Aunque vivía con sueño todo el día

antes de acostarse tenía que tomar pastillas contra el insomnio.

Después de sus oraciones escribió estos versos:

-Hemos hecho del dolor un ritual.

Hemos hecho del ritual un dolor.

A Dios no le estaban gustando los poemas de Job

entre otras cosas porque no los entendía

pero consideraba que Job se mantenía ahí, duro.

 

Job rompió su ropa

tresquiló su cabeza

y derrocóse en tierra.

Pasó entonces una chica en minifalda,

sin duda otra provocación de Satanás.

Y Job dijo:

-El amor sigue siendo una de mis utopías.

 

Dios consultó el diccionario de símbolos de Herder

pero nada aclaró sus dudas.

Simplemente pensó -Un poeta es más peligroso que un país.

Conversaciones con Dios (Gonzalo Fragui)

Dios viaja conmigo

Con Él comento el estado del tiempo

la subida del dólar

a veces hablamos de alguna guerra

alguna epidemia

aunque su tema favorito sea El Amor

Como es de suponer

también hablamos de poemas

es que con Dios no tengo temas prohibidos

Él apenas sonríe un poco apenado

cuando buscando complicidad le digo:

¡Mire esas piernas, poeta!


 

Excusas contra la muerte (Gonzalo Fragui)

El primer día la muerte vino a su encuentro.

Y él: lástima, morir ahora que mi madre me amamanta,

dijo tratando de disuadir a la muerte.

Y la muerte que no tiene pechos

vio efectivamente el regocijo de la madre,

se compadeció y se marchó.

 

A los cinco años vino la muerte.

Y él: lástima, morir ahora que he aprendido

una palabra difícil, bolígrafo,

dijo tratando de disuadir a la muerte.

Y la muerte que no quiere enredos lingüísticos,

se compadeció y se marchó.

 

A los diez años vino la muerte.

Y él: lástima, morir ahora que he empezado

a cumplir años con dos cifras,

dijo tratando de disuadir a la muerte.

Y la muerte que no cumple años,

se compadeció y se marchó.

 

A los quince años vino la muerte.

Y él: lástima, morir ahora que he visto los ojos

negros más bellos de mi vida,

dijo tratando de disuadir a la muerte.

Y la muerte que le teme a la belleza,

se compadeció y se marchó.

 

A los veinte años vino la muerte.

Y él: lástima, morir ahora que mi madre llora

conmigo porque una nueva novia me abandona,

dijo tratando de disuadir a la muerte.

Y la muerte que de amores sabe demasiado,

se compadeció y se marchó.

 

A los treinta años vino la muerte.

Y él: lástima, morir ahora que he sorprendido

de perfil a a mi hijo,

dijo tratando de disuadir a la muerte.

Y la muerte, que “es un hábito colectivo”,

se compadeció y se marchó.

 

A los cuarenta años vino la muerte.

Y él: lástima, morir ahora que mi vecina

se ha percatado de que existo,

dijo tratando de disuadir a la muerte.

Y la muerte que alimenta lo imposible,

se compadeció y se marchó.

 

A los cincuenta años vino la muerte.

Y él: lástima, morir ahora que comprendí que la locura

es el único lugar donde no habita el dolor,

dijo tratando de disuadir a la muerte.

Y la muerte temiendo enloquecer,

se compadeció y se marchó.

 

A los sesenta años vino la muerte.

Y él: lástima, morir cuando me falta tanto por leer,

dijo tratando de disuadir a la muerte.

Pero esta vez ya no fue posible

porque la muerte sólo acepta su lectura.

 

 

 

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